Veamos...
-Las Cuatro Estaciones y El Lago de los Cisnes. Mi profesora de 4º de EGB nos ponía esa música en clase de dibujo, y al menos en mí, logró plantar la semilla del amor por la música clásica. Luego vinieron muchos otros compositores, pero sigo escuchando el Otoño de Vivaldi cada vez que llueve.
-Al final de este viaje y Tríptico III, de Silvio Rodríguez. Venían juntos en una cinta de casette
(lo digo para que podáis llamarme vieja a coro) que le birlé hábilmente a un familiar que me caía mal con once o doce años. Ya conocía las canciones porque mi madre las cantaba, y quizá por esa familiaridad lo empecé a escuchar con interés, pero según iba escuchando las letras, me gustaban más y más.
-Pedrá, de Extremoduro. No por el disco en sí, sino porque el primer año de universidad me dijeron que había CD de Extremo a mil pelas en el Continente
(venga, por lo de las mil pelas y por lo de Continente, otra vez: "¡vieja!"), y quedaba lejillos para ir sola, así que busqué a algún compañero que me acompañase a comprarlo y, ¿adivináis quién fue? Pues sí, ésa fue la primera vez que quedé a solas con Trablete. La historia del pico y el hacha la cuento otro día.
Ains... ya me he puesto nostálgica.